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jueves, 13 de octubre de 2011

Homeopatía




Una de las tareas de la ciencia es distinguir entre el conocimiento confiable del que no lo es. La medicina científica, por ejemplo, se preocupa no sólo por encontrar tratamientos para curar enfermedades, sino de asegurarse de que sean efectivos y confiables. Después de todo, la salud es una cuestión compleja, en la que intervienen numerosos factores: el estilo de vida, la herencia, la alimentación, el ambiente e incluso el estado de ánimo.


Muchas enfermedades comunes se curan espontáneamente después de unos días, aun cuando uno no tome ningún medicamento. Por otro lado, el simple hecho de recibir la atención de un doctor y cuidarse por un tiempo puede mejorar notablemente la salud de un individuo. Es por ello que, antes de declarar que un tratamiento es efectivo, hay que asegurarse de que la mejoría que produce en los pacientes se deba efectivamente a éste. Por ejemplo, cuando se prueba un nuevo medicamento, se hace al mismo tiempo una prueba idéntica en la que se le da a otros pacientes un placebo, es decir, un simulacro de medicina que en realidad contiene sólo azúcar, almidón o alguna otra sustancia inocua.

Las llamadas “medicinas alternativas”, que compiten con la medicina científica, rara vez se someten a pruebas de este tipo. La homeopatía es una de las más populares, pues goza de mucho crédito. Quienes la usan aseguran que funciona, y que resulta efectiva para tratar todo tipo de padecimientos.

Pero la homeopatía tiene algunos problemas: el más importante es que se basa en principios que contradicen todo lo que sabemos de química. Según los homeópatas, para combatir una enfermedad es efectivo utilizar una sustancia que causa, en una persona sana, los mismos síntomas de la enfermedad que se pretende curar (es el famoso principio de similia similibus curantur, o “lo semejante cura lo semejante”). Pero no sólo eso: la sustancia curativa debe tomarse en forma extremadamente diluida, al grado de que en la disolución final no quede ni una sola molécula de la sustancia: sólo permanece su “esencia”.

Recientemente, la revista British Medical Journal reportó que en un hospital de Inglaterra se llevó a cabo un estudio en el que se compararon los efectos de un tratamiento homeopático y de un placebo en pacientes con asma producida por alergia al polvo. Los resultados fueron claros: aunque ambos grupos de pacientes tuvieron comportamientos ligeramente distintos, ninguno de los dos mejoró significativamente.

Dicho en otras palabras, el tratamiento homeopático contra el asma no resultó más efectivo que una simple pastillita de azúcar. El resultado no es sorprendente desde el punto de vista científico, pero puede resultar importante para evitar que pacientes que requieren un tratamiento realmente efectivo pierdan su tiempo —y su dinero— probando terapias que no han podido comprobar su eficacia.

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